sábado, 3 de mayo de 2008

el brindis de la abuela

Mi abuela, el 22 de dic. del 2006 marcó a la casa. Contesté al segundo timbre y de inmediato identifiqué su voz. Me saludó con ese tono cansado de dientes postizos y preguntó por costumbre, supongo, lo que estaba haciendo. -Leyendo- le dije con desgano.
-¿vas a venir?- susurro con esa voz chantajista que tantas veces me hastío en la infancia.
-no, iré a monterrey
-mmm...¿hace cuánto que no nos vemos?
-como tres...-
-¡años!- irrumpió mi abuela, en vista de empezar su ataque
-no, meses… (afirme cortante)
-Fui a tu aniversario, abuela- (le respondí ya más condescendiente)
Para mi la fecha de su aniversario de AA era un martirio, en donde nos congregábamos en caravana familiar, viajando desde la ciudad de México hasta un pueblito llamado Cárdel en el estado de Veracruz.
El benemérito de su sobriedad que por esas épocas festejaba ya más de treinta años. Era la representación de un comportamiento errático de parte de mi abuela y de la turbulenta idea de la herencia familiar.
Mi abuela dejó de beber después de ser abandonada por sus hijos ya mayores. Muy tarde, algunos piensan. Mi tía se había convertido en una esposa libertina desde los dies y seis, con tres hijos de quien sabe quien, en brazos. Mi tío un maricon de medio tiempo con esposa, hija y amantes; y mi madre, una abstemia empedernida que estudió psicología para desglosar sus propios fracasos tres veces a la semana con módicos ingresos.
-ay, mi hijita, tu abuela se está haciendo viejita- cortó mis pensamientos con voz lastimera.
Reí en mi mente. Pues qué tipo de vejez la de mi abuela que se paseaba desde hace varios años con un hombre de la edad de mi tía, lo cual era un secreto de paridad. En la intimidad de su cuarto él le peinaba dulcemente su cabeza blanca, la maquillaba y le ponía los zapatos después de un largo masaje en los pies, que tantos años de tacón habían deformado. Era una escena espeluznante, como sacada de una película de Hitchcock.
-bueno, hijita, te la pasas muy bien y feliz navidad-
-si, abuela, gracias- y colgó
En ese momento me sentí aliviada, caí en la cuenta de que no tendría que volver a visitar a mi abuela porque podrían pasar tres meses o tres años y ella ni siquiera notaria la diferencia. La pregunta que me viene ahora, es qué pasara con cuando relea este texto, el día en que ella muera.

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