miércoles, 12 de noviembre de 2008

domingo, 9 de noviembre de 2008

"se ponchan llantas gratis"

A veces creo que el karma es como “la parca” en versión budista. Ahí me encuentro sobre la lateral de Río San Joaquín, a la una y media de la mañana con la llanta más ponchada que el animo. 

Unas horas antes, mi chica y yo fuimos al cine; un film de terror en donde la psicosis es tanta que saltas hasta con el ruido de las palomas, mientras tu acompañante te destroza el brazo por los nervios.

-Nena, no te preocupes, es solo una película-… quedé dormida, un mal hábito provocado por las butacas. Desperté diez minutos antes de los créditos, una fórmula de lo más eficaz. Ver los primeros diez minutos y los diez últimos, hace posible entender toda la trama del genero de terror, sin sobresaltos. 

Dejo a mi novia en su casa y nos despedimos con el habitual –márcame cuando llegues- Recorro desde el norte del Estado de México, mejor conocido como Satelandia hasta la Juárez, buscó mi celular para hacer la dichosa llamada y avisar que he llegado con bien. No está en mi bolsa derecha del pantalón ni en la izquierda, tampoco se encuentra en la chamarra ni regado por el carro. Mi cara muestra una mueca caprichosa en signo de que mi celular se encuentra desaparecido y mis ojos se comienzan a transformar en mero berrinche. Bajo del carro para acercarme a un teléfono publico para preguntarle a mi celular dónde se encuentra. La llamada entra para después oírse como ocupado, en el segundo intento mi teléfono ya se encuentra apagado e imagino la dichosa cara de la intendente del cine al descubrir mi celular entre los asientos (a esta hora ya a de estar pensando en cuanto lo venderá). Acto seguido me dispongo a marcarle a mi madre para que lo reporte como perdido y evitar que llamen a China a consta de mi salario. Pero no, no podía dejar que me siguieran exprimiendo así todos mis vienes materiales que para mi corta edad ya es larga la lista de los objetos hurtados. Con rabia de protagonista de “Duro de matar” o alguna otra película de acción hollywoodense, monté con valentía mi carro y en el camino fui armando  un diálogo imaginario de mi reclamo al gerente y de cómo bolsearían a todos los empleados hasta encontrar mi celular. Un viento agudo golpea mi concentración de visualizar este México perfecto en donde pierdes las cosas y las recuperas sin batalla. Mi automóvil empezó a cojear y me rendí a poder volver a ver la luz de mi celular, dí vuelta en “u” para regresar rengueando al lugar donde suelo estacionarme.    

Dejé una semana el carro sin mover porque no tenía dinero para reparar la ponchadura, aparte de que cargaba con un halito de lo peor debido a mi suerte o simplemente no poder abarcar las implicaciones que requiere vivir en esta ciudad. Con la confianza que me daba pagarle cien pesos semanales al “viene-viene” en todos esos días no había pasado a visitar mi carro.

Al instante que me cayó un dinerito, me dispuse a componer mi carro y vivir resignadamente a los altibajos de la zona. Al llegar a él, tenía las tres llantas restante desinfladas ingeniosamente con piedritas en los pivotes…¡pinches “viene-viene”-

Le llamé al talachero para poder echar andar mi carro y alejarlo lo más pronto posible de las garras de esos vividores. Mientras el señor hacía su trabajo fui a checar los costos de las pensiones para que mi carro reposara a un alto costo en una segura jaula. Todas estaban saturadas, miles de citadinos habían sufrido ya la urgencia de asegurar sus bienes.

Ahora me pregunto si es necesario vivir en una ciudad que a cada paso tengas que mirar sobre tu hombro, ahora hasta el cielo hay que revisar, no te vaya a caer la venganza de los narcos sobre la cabeza. Accidentalmente o no, vivimos en un estado de violencia y desasosiego. Puedes prender la tele y disiparte en series norteamericanas o programas de moda, saber la historia de los artistas o bonitos relatos de la vida marina. Pero algún día, tarde o temprano la situación del país te empujará a ser consciente de sus peores circunstancias. ¿qué hemos hecho para evitarlo?

 

Ojalá mi celular fuera un mártir de la guerra contra el vandalismo, entre otras cosas.

lunes, 3 de noviembre de 2008

El ultimo vagón

Las mañanas son el momento mas desapercibido del día, parece que hasta el sol se opone a salir. Miras la cara de la gente que recorre las calles, ellos aún no están ahí; siguen en su casa y la cama, el mueble mas apreciado del mundo. Un par de pies se dirigen a su trabajo, la escuela, etc…ha de ser importante para levantarse a esa hora.

Yo, sin embargo, además de mi plena oposición a la luz del día, he encontrado una manera de volver mi recorrido mas ameno. Uso el metro a diario, es mi pequeño escondite matutino. El ultimo vagón del metro te ofrece salir del closet para entrar en él. Hombres de pantalones ajustados, orgullos pectorales en sus camisas, zapatos afilados y cuidadosamente lustrados, peinados relamidos abundando en este espacio lujurioso.

Entro con la seguridad de ser bien parecido, miro sin discreción a calificar la oferta del día. Hoy estamos de suerte, pienso mientras le sonrío a un muchacho moreno más alto que yo. Los mas feos me ven con envidia, los mas viejos con remembranza y nostalgia; mi actitud altiva los enloquece, ellos lo saben soy una diva.

“Latin lover” se acerca a mí para presumir su dentadura, nada mal para alguien que no carga con unos pantalones que cuesten más de quinientos. Un asiento se desocupa y con toda la elegancia posible, elimino a la competencia para poseer el lugar. Él se recarga en el tubo alzando sus suculentos brazos, la camisa se sube un poco al estirarse y puedo ver su abdomen. Me dan ganas de tallarlo con fuerza, de solo pensarlo se me escapa la risa. Hace muecas para responder mi reacción y empuja discretamente su cadera hacia mi cara. Mi boca comienza a salivar al clavar la vista en la zona de su zipper. Imagine su tamaño y color, lo succionaría de una sola bocanada. Las loquitas nos observan, todos conocemos este juego –hey, ¿no eras tú quien me la mamaba el otro día?-

Me mira lascivo, él también desea el contenido de mi entre pierna. Imagino sus largas pestañas jugueteando en mis oídos, no conozco su voz pero intuyo por su aspecto que ha de ser masculina. Muerdo mis labios, quiero sentir la presión su miembro golpeando una y otra vez con violencia mis adentros. Déjame rasgar tu espalda y mostrarte lo mala que puedo ser. Él estúpido no deja de coquetear conmigo y por otra parte, no se ve nada decidido a tomar la iniciativa. ¿crees que estaré aquí por siempre? Faltan dos estaciones para llegar a Insurgentes, donde la mayoría de la mariconería desembarca ¿te iras con ellos y me dejaras aquí tan sola? Con una mirada de desdeño lo deje intimidado, se fue alejando lentamente hacia la puerta como si lo acabara de regañar su madre. Seguro todavía vives con ella, maricón. Llegamos a Insurgentes…¡All abord! Los niños bajan, las niñas entran, él se retira hasta confundirse con el tumulto de perras que lamentan el estado de su manicure. –Suspiró- esperaré mi camino de regreso para ver que encuentro. Sería bueno que por fin en uno de estos viajes alguien me encame.

Mientras tanto, seguiré tomando el ultimo vagón para disipar las lagañas.