jueves, 5 de abril de 2012

Malevich

Durante toda la carrera de Artes Plásticas estaba inocentemente convencida de que con el arte se podía cambiar al mundo. Dos meses antes de terminar mis estudios, me encontré con una rara epifanía. El mundo no cambia, solo continua y avanza, al igual que el arte. Y pensar que estaba seriamente dispuesta a hacer algo diferente a favor de los cambios sociales, ahora y no sé si muy tarde, caigo en cuenta de mi error. La gran pregunta es saber dónde origine esta idea, de que en efecto, el cambio mediante el arte es posible. Quizás, la historia del arte define el objetivo de la subjetividad como consecuencia de su añejamiento. O meramente, la Historia, genera pautas racionales de los acontecimientos y se distancia de ellos para darles un “¿por qué y cómo?”. Sin embargo, los individuos involucrados en esto y aquello, se desvanecen en las versiones oficiales de sus propias vidas. Como resultado, el arte replica estos términos dada la apropiación y voz de los museos sobre la vida de los artistas. Por un lado, se tiene la obra de arte reinterpretada, sobre-interpretada, re-actualizada y a veces hasta remasterizada. Por el otro, la obra de arte que jamás piso un museo y solo sabrá Dios qué era o de quién fue. No nos importa.

Si el arte solo genera cambios para si mismo dentro de la permisividad de los poderes dominantes, el discurso del museo podría ser un tanto optimista frente a la incertidumbre histórica. O bien, la habitación blanca pasa a ser un cuarto de hotel para las inversiones del mercado. Convirtiendo al arte en un acto institucional y categórico de la espectacularidad, imagen misma de la sociedad postmoderna. En donde todo lo nuevo esta destinado a perecer solo para ser sustituido por una versión más nueva, según se dicte el tiempo de vida de la rentabilidad de la obra. Así es como el museo se reafirma como el santuario de la memoria, en donde yace la creatividad que a su vez se admira. El hilo invisible entre el artista y su muerte, el deseo y el fracaso, están intrínsicamente ligados a la producción de la obra para asegurar su supervivencia. El arte se manifiesta como darwinista, subyugado por la conservación de su especie, a la cual también le debe el oficio. Parafraseando a Malevich, que quemen todos los vestigios del arte para poder hacerlos de nuevo.

lunes, 16 de enero de 2012

Carta I

Quisiera hablarle a mi sombra y preguntarle ciertas cosas que ya no recuerdo. A veces me falta coraje, otras veces me sobra orgullo para llamarle. Y entonces, sombra, vivo con los recuerdos que aún me alcanzan y seguido me pregunto, cuáles son los que tu retienes. Sin más, te extraño, eres la forma de un pedazo de mi vida. Voltea, que a cada vuelta el silencio te llama. Sombras están hechas de amor y olvido, del que nunca fue suficiente o siempre pudo ser mejor. Y las palabras pesan con la tristeza del mundo, persiguen y obsesionan como anclas y puertos, promesas y despedidas que vinieron por oleadas. Solo queda el pálido recuerdo de que te creí cierta, y en ese momento cierta fuiste.