domingo, 9 de noviembre de 2008

"se ponchan llantas gratis"

A veces creo que el karma es como “la parca” en versión budista. Ahí me encuentro sobre la lateral de Río San Joaquín, a la una y media de la mañana con la llanta más ponchada que el animo. 

Unas horas antes, mi chica y yo fuimos al cine; un film de terror en donde la psicosis es tanta que saltas hasta con el ruido de las palomas, mientras tu acompañante te destroza el brazo por los nervios.

-Nena, no te preocupes, es solo una película-… quedé dormida, un mal hábito provocado por las butacas. Desperté diez minutos antes de los créditos, una fórmula de lo más eficaz. Ver los primeros diez minutos y los diez últimos, hace posible entender toda la trama del genero de terror, sin sobresaltos. 

Dejo a mi novia en su casa y nos despedimos con el habitual –márcame cuando llegues- Recorro desde el norte del Estado de México, mejor conocido como Satelandia hasta la Juárez, buscó mi celular para hacer la dichosa llamada y avisar que he llegado con bien. No está en mi bolsa derecha del pantalón ni en la izquierda, tampoco se encuentra en la chamarra ni regado por el carro. Mi cara muestra una mueca caprichosa en signo de que mi celular se encuentra desaparecido y mis ojos se comienzan a transformar en mero berrinche. Bajo del carro para acercarme a un teléfono publico para preguntarle a mi celular dónde se encuentra. La llamada entra para después oírse como ocupado, en el segundo intento mi teléfono ya se encuentra apagado e imagino la dichosa cara de la intendente del cine al descubrir mi celular entre los asientos (a esta hora ya a de estar pensando en cuanto lo venderá). Acto seguido me dispongo a marcarle a mi madre para que lo reporte como perdido y evitar que llamen a China a consta de mi salario. Pero no, no podía dejar que me siguieran exprimiendo así todos mis vienes materiales que para mi corta edad ya es larga la lista de los objetos hurtados. Con rabia de protagonista de “Duro de matar” o alguna otra película de acción hollywoodense, monté con valentía mi carro y en el camino fui armando  un diálogo imaginario de mi reclamo al gerente y de cómo bolsearían a todos los empleados hasta encontrar mi celular. Un viento agudo golpea mi concentración de visualizar este México perfecto en donde pierdes las cosas y las recuperas sin batalla. Mi automóvil empezó a cojear y me rendí a poder volver a ver la luz de mi celular, dí vuelta en “u” para regresar rengueando al lugar donde suelo estacionarme.    

Dejé una semana el carro sin mover porque no tenía dinero para reparar la ponchadura, aparte de que cargaba con un halito de lo peor debido a mi suerte o simplemente no poder abarcar las implicaciones que requiere vivir en esta ciudad. Con la confianza que me daba pagarle cien pesos semanales al “viene-viene” en todos esos días no había pasado a visitar mi carro.

Al instante que me cayó un dinerito, me dispuse a componer mi carro y vivir resignadamente a los altibajos de la zona. Al llegar a él, tenía las tres llantas restante desinfladas ingeniosamente con piedritas en los pivotes…¡pinches “viene-viene”-

Le llamé al talachero para poder echar andar mi carro y alejarlo lo más pronto posible de las garras de esos vividores. Mientras el señor hacía su trabajo fui a checar los costos de las pensiones para que mi carro reposara a un alto costo en una segura jaula. Todas estaban saturadas, miles de citadinos habían sufrido ya la urgencia de asegurar sus bienes.

Ahora me pregunto si es necesario vivir en una ciudad que a cada paso tengas que mirar sobre tu hombro, ahora hasta el cielo hay que revisar, no te vaya a caer la venganza de los narcos sobre la cabeza. Accidentalmente o no, vivimos en un estado de violencia y desasosiego. Puedes prender la tele y disiparte en series norteamericanas o programas de moda, saber la historia de los artistas o bonitos relatos de la vida marina. Pero algún día, tarde o temprano la situación del país te empujará a ser consciente de sus peores circunstancias. ¿qué hemos hecho para evitarlo?

 

Ojalá mi celular fuera un mártir de la guerra contra el vandalismo, entre otras cosas.

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