domingo, 11 de abril de 2010

Sugar Daddy

Por si muchos mexicanos no lo recuerdan, hubo una crisis devastadora en el 94. La gente perdió sus casas y empleos, los intereses del banco llevaron a muchas empresas a la bancarrota. La violencia y los robos incrementaron como peste, mi madre siempre agarraba mi mano con fuerza para que no me robaran. Mi madre también contaba los pesos y me llevaba al parque a comer sándwich. Ella lloraba, tenía que usar las medias rotas pegadas con barniz para ir al trabajo. Tuvo que conseguir otro empleo y pasé la mitad de mi infancia encerrada en un despacho, esperando a que mi madre saldara sus deudas. Ahora está jubilada y de vez en cuando se da el gusto de viajar por el mundo buscando marido o disfruta de los paseos veraniegos con sus amigas, hasta se compró una camioneta a la que cuesta trabajo subirse. Aún así, siendo diez y seis años más vieja, no olvida que de repente puedes perderlo todo.

En el transcurso de la historia de México, a veces parece que somos una nación que nunca hubiera luchado por nada. Las televisoras que encubrieron la matanza del 68 y allanaron el Cerro del Chiquihuite, son las mismas que hoy nos transmiten la información monopolizada con los mismos rasgos de autocensura. Hablar de los partidos políticos sería un tema demasiado trillado, al igual que la educación en México y la crisis enmascarada con tierra, cual tiradero de basura. Más allá de eso, pareciera que sufrimos de algún error genético relacionado con la memoria; los aviones se caen, las granadas llueven en los festejos, las lluvias golpean las casas como granadas y a veces, las noticias que pasan en televisión, suenan a que vivimos en un estado de guerra. Después de eso, salgo alarmada a la calle y veo que la gente está tranquila, muy normal. Y me digo a mi misma, al parecer, todo está bien y no pasa nada.

Los recientes terremotos ocurridos en Haití y Chile, me hicieron pensar en la fuerza totalizadora de las decisiones políticas. En como las estructura gubernamentales pueden ser ineficientes o tenaces ante las catástrofes naturales. El terremoto acontecido en Haití, uno de los países más pobres de América Latina, tuvo un alcance de 7,0 en la escala Richter. Dejando más de 200,000 mil muertos amontonados sobre las banquetas. En Chile, con 8.8, registrado como 31 veces más fuerte que el de Haití, las cifras no oficiales no suman más de mil muertos y el país cuenta con la organización suficiente para asistir a los damnificados en sus necesidades más inmediatas.

Ni pensar qué pasaría aquí si en estos momentos sufriéramos una catástrofe, bastan unas gotitas de lluvia para saber que vivimos en un estado endeble y corrupto. Y a pesar de vivir en un medio de inconformidad permanente, de grandes carencias sociales, la gente prefiere tener actualizado su “Twitter” o subir nuevas fotos al “Facebook”. Rinden su tiempo a idiotizarse con producciones fáciles y por decirlo de alguna forma, remasterizadas. Telenovelas, Reality Shows, programas con conductores mediocres y artistas invitados de la misma compañía. Podrían televisar a un ratón recorriendo cien veces el mismo camino y aún así, tendría rating; como si cualquier imagen que apareciera en la televisión fuera por antonomasia, digna de verse.

No menciono esto por considerarme activista social o peor aún, querer mi propio programa de televisión. Simplemente, el fenómeno de lo social me parece un misterio. Como cuando dejas una cuerda en el piso y al regresar, ya tiene mil nudos. Admito que esta actividad (desamarrar los nudos), me parece un tanto ociosa, idealista y obsoleta. No busco la justicia, ni la paz social o de “hacer de este México, un México mejor”. Pero me asombra como millones de personas pueden darse por vencidas, aceptando todo lo que les den o les quiten, comiendo, durmiendo y defecando con la misma pasividad que una ostra.

Mi abuelo de joven fue un miembro activo del partido comunista, mantuvo una vida humilde y siempre fue fiel a la lucha social. Hace algunos años, fuimos a la ciudad de Morelia, lugar en donde creció mi abuelo antes de emigrar al D.F. Cuando pasamos enfrente de la universidad local, él comenzó a tener un llanto silencioso y confesó que le hubiera gustado haber estudiado una licenciatura. Con voz melancólica me dijo –Tantos sueños que murieron-.

No hace más de cuatro décadas se seguían oyendo las voces de los cambios sociales, no hace más de cuatro décadas, estudiar una licenciatura significaba asegurar tu futuro. Nosotros, los nietos, nos convertimos en los sueños muertos de toda la gente que luchó “por hacer de este mundo, un mundo mejor”. Y todo para que nos convirtiéramos en clientes, en lugar de ciudadanos.

El surgimiento del individualismo, ha tenido como resultado una apatía hacia su comunidad. Las perdidas y conflictos de regiones distantes a nosotros, se disuelven en la distancia de las comunicaciones mediáticas. Mientras las mujeres manufactureras mueren al norte del país y las dinámicas de provincia son violentadas por el narcotráfico, la gente de la ciudad sólo alcanza a percibir el incremento de costos en su consumo diario sin advertir las consecuencias.
Consejo, cuando vayas a Wall-Mart y te preguntes porqué está más cara la naranja, recuerda por quién votas, a quién le compras, qué programas ves y en qué utilizas tu tiempo libre. Después de tu seria reflexión y haber embolsado tus alimentos ricos en proteína, podrías quitar la cara de mustio(a), pagar la cuenta con tu tarjeta de crédito y evitar tus quejas esporádicas por problemas que a la par patrocinas.