jueves, 23 de junio de 2011

Hubo dolor en la vida…y sobrevivir nunca fue una proeza. Todos se acostumbraron a respirar y creyeron que así sería para siempre. Entonces pasaron los años y con ellos, los huesos dolían. Los dedos se contraían hacia las palmas sin poder siquiera recoger sus dientes.

jueves, 16 de junio de 2011

Sábado de tragedia

El sábado a medio día me encaminaba hacia el mercado. Cuando cruzaba la avenida de Chapultepec, una chica en bicicleta se dirigía presurosamente por el carril de alta. La vi de reojo para que no me atropellara, cruzamos miradas por unos segundos. Su celular cayó de la bolsa del pantalón. Ella gritó –Mierda, mi celular-, perdió el control de la bicicleta y salió volando de ella. Su cara golpeó el piso y se deslizo cual muñeco de trapo contra el cemento. La chica no se movía, los carros se dirigían hacia nosotras, levanté su celular y comencé a desviar los automóviles. Me acerque lentamente a darle su celular, la chica no levanto la cabeza, sólo extendió la mano para recogerlo y revisó que funcionara correctamente. Yo no podía creer que estuviera más preocupada por su celular que por ella misma que yacía en la piso sin poder levantarse. Supuse que estaba en shock por el accidente y que por eso actuaba de una manera estupida. Le pregunté si estaba bien y ella respondió que le dolía la cabeza, en ese momento la levanto y la cara que yo había visto unos minutos antes, había cambiado drásticamente. Su piel estaba levantada unos dos centímetros por encima de la cara y su frente parecía un cascaron de huevo roto. No soy muy buena para los consuelos y menos para situaciones como estas, así que la mayoría del tiempo permanecí muda, viéndola. Intente incorporarla pero ella gritaba de dolor, unas personas se acercaron a ayudarnos y la cargamos en vilo hacía la banqueta, sus pantalones estaban rotos y entre las rasgaduras se podía ver la sangre de sus rodillas. Una señora llamó a la ambulancia.

Recorrí con los ojos la calle, la bicicleta estaba tirada. Pensé en los rastros de piel y sangre de la chica, que ahora se confundían con el piso. Vino a mi mente el trabajo de Teresa Margolles, cuando recoge los residuos que dejan las victimas de las balaceras y los incorpora en sus instalaciones. En ese momento, el accidente se asemejaba a una escena del crimen y yo sin quererlo, había sido testigo y casi cómplice.

Por más azaroso que fuera lo acontecido, todavía no dejo de preguntarme hasta que grado somos capaces de involucrarnos con extraños. Mucha gente pasó a lado de nosotros y aunque les llamará la atención todo el circo, no se percibía en ellos algún dejo de importancia. Ya ni siquiera es raro tener ese tipo de respuesta en la gente. La ciudad es un sitio de paso para sus propios habitantes, en donde ayudar se traduce en problema y el accidente, en un entretenimiento momentáneo.

Al ver los noticieros o leer el periódico, esta práctica se repite. La indiferencia es el síntoma mediático de la información, hoy en día. Mientras no sea reactivado el sentido de comunidad, las causas sociales –ejemplo, la guerra contra el narcotráfico- perecerán con sus victimas. Siendo demasiado caro el costo humano para poder integrar a una comunidad de respuesta, se necesitan nuevos discursos o estrategias para convertir a la “ciudad de transito” en un hábitat crítico y consciente de su fuerza en lo político. Haciendo de todo espacio mexicano, un espacio común de dialogo para sus habitantes.

martes, 14 de junio de 2011

Eres pensamiento constante, eres una nube de confusión y recuerdos, etérea fría volátil. Y no hay viento que te sople ni te deshiele, que te mande lejos y no regreses. No hay palabras ni acciones que te transformen, que se olviden de ti cuando se pronuncian.

Que cansado es desatar los nudos, hilo por hilo a romper las amarras, y tú tan indecisa y vulnerable, me haces pensar que me necesitas para luego marcharte.

Y ya no existe el amor ni el odio entre nosotras, sólo vive la perplejidad de verte de nuevo y es ahí cuando te odio y te quiero para luego marcharme.

¿no lo has visto ya?

Tan sólo contamos con una batallón de muertos.