domingo, 4 de mayo de 2008

ceramicas

Recordar es un ejercicio que no a todos nos conviene, pero dada la suerte que la memoria es un juego que viene aparte y de repente nos sorprende. Uno opta sin más, al entendimiento del pasado y a un pretencioso presente. Entonces estoy yo, sentada en mi cuarto con un techo de teja, abrumadísima por el calor y el desorden, que visualmente me provoca ansiedad. Jamás la suficiente como para levantarme en un impulso y asearlo. Mientras, dejo que los mosquitos me rodeen, mi madre llama tres veces al día, charla casual y repetitiva. A veces pienso que el tener una hija es su hobbie. Llega esta idea e involuntariamente recuerdo que cuando era pequeña, mi madre me llevaba a clases de cerámica. Cerámica temática, creo, ya que hacíamos piezas por temporadas; en primavera a Bambi, por noviembre un espantapájaros y en navidad a Santa Claus. Nada de Reyes Magos, estábamos en la Condesa. Oh, aquel impacto que me provocaba entrar al taller, sus estantes llenos de colores y pinceles, cerámica blanca aclamando por el mal gusto de sus ociosos decoradores. Ahora entiendo los modos de mi madre de pasar tiempo conmigo. Como oleada vienen los reproches antaños, los malos momentos, los extraños. Mis padres peleando en el departamento de Santa Fe, mientras me ocultaba atrás del sillón café con rosas rojas. Cuando me corte con un cristal perdido en el patio y que mi rodilla lo encontró. Mi abuela cuando era lucida y yo no, como para saber quien era. Total, era una niña y jugábamos a las “desgreñadas” y me tiraba de la cama. Así que el hecho de haya dedicado su vida al alcoholismo, no me movía, me encantaba estar con ella. El saber mata, llevo años evitándola.
Al pensar en mi madre tiempo atrás, la visualizo siempre llorando; en la cocina, en la sala, lavando platos, recostada en su cama, escribiendo en su cuaderno e incluso, manejando. A través de ella, conocí la soledad hasta experimentar la propia. Desde que ya no vivimos juntas, la imagino en su cuarto envejeciendo. Sus pómulos cediendo al olvido, las arrugas marcadas de alegrías y penas, las manchas de sol. Me pregunto si sigue oyendo Manu Chao mientras cocina. Mi infancia se me fue de las manos, y de un tiempo para acá, el pasado, pasa desapercibido. ¿En que momento de la vida me convertí en lesbiana? ¿Drogadicta? ¿Egoísta? ¿Sarcástica? Lo que sea que soy, temo un día no recordarlo. Hoy, me gustaria pintar cerámica contigo.

No hay comentarios: