sábado, 3 de mayo de 2008

chello

Pasó por detrás de su espalda, llegó a la ventana y se recargó en el marco, como dispuesta a perderse en la nada. Sintió en el aire un sonido nuevo que la estremeció, se combinaba con el eterno vaivén de una silla vieja. Caminó hacia ella, posó sus manos en el respaldo y con un suave movimiento se inclinó a besar su cuello.
Hubo un silencio mientras se rompía el hechizo. -Ya tocas mejor- le dijo, sintiendo hurtar la paz de un mundo ajeno. Volteó con una enorme sonrisa y su voz cálida respondió -pensaba en que te hacia el amor-. Con una mano sujeto firmemente el mango de aquel instrumento, con la otra, lentamente acarició sus curvaturas, como si palpara un cuerpo en plena oscuridad. Jugó con las notas con ansia y esa maldita desesperación por quitarle la ropa. La intensidad incrementaba lentamente, casi violenta. Su boca se distraía en besar el mango, mordiéndolo. Arañó las cuerdas, las estiraba, ahorcaba cada compás y cada compás incitaba deseo. Su lengua cobró vida propia cantando para si hasta perderse en el espacio. Dejó abrir sus poros hacia la resonancia, secretando por su piel los más íntimos deseos. Cuando no pudo contenerse más, montó el chello, lo frotó entre sus genitales. Su respiro lento y desesperado se convirtió en armonía. Gemía entre silencios, por espacios y tiempos. Sin darse cuenta, salieron cuerdas de sus senos y era ella su instrumento. Cada nota la empujaba al éxtasis, quería romperse, explotar, desmoronarse. Convertirse en melodía y extraviarse en el eco. No sentía la cabeza. Su vagina era una caja acústica que vibraba en sus adentros. Quiso llorar, torturada, ya no sabía ni como reaccionar. Antes de colapsarse, oyó una voz a lo lejos que decía -ya tocas mejor-.

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