El sábado fui a comer con mi novia, como siempre. El restaurante estaba atascado de enamorados que preferían ver la tele que atender a su pareja. Había un especial de Madonna proyectándose en las siete televisiones superpuestas alrededor del local y yo supuse que celebrábamos el día de la “Madonna y la amistad”. Mi madre habla para interrumpir la comida, cosa que acostumbra hacer en cualquier ocasión; pregunta con incomodidad si celebraré San Valentín con mi novia y hasta tartamudea en el intento de oírse normal. Yo le respondo hilarante que celebro poder comer en un restaurante en estos días de crisis. Mi madre y el humor negro nada más no se entienden. Así que contesta secamente –mmm, que padre. Te hablo cuando estés desocupada- Bueno, en realidad, lo último fue de mi cosecha. Apreciaría bastante que me lo dijera y fuera conciente de lo incomodo que es hablar con tu madre en media cogida o lo que sea.
Después de colgar, saboreo mentalmente las crepas que degustare al final de la comida y observo a los románticos vecinos distribuidos en diferentes categorías y numero de personas. Las parejas, los tríos, las familias sin los parientes incómodos o con ellos y el trato hipócrita.
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