Cómo leer a Debord desde una generación que no ha tenido heridas, desde un sueño placido y reconfortante que parece que hubiera existido siempre. Cómo vivir ahora sin celular, sin revisar a diario el mail o las redes sociales. Hasta dónde entendemos la violencia y la pobreza cuando son sólo reportajes paulatinos en T.V. Seremos el resultado de las heridas históricas y no por las luchas dadas más bien por las derrotas olvidadas y silentes. Quizás alguien pensó – el monstruo es demasiado grande, déjenlo comernos- y nosotros ya nacimos dentro de su panza.
Ahora que el espectáculo es nuestro hábitat natural, necesitamos de su música y sus luces en todo momento, para no sentirnos solos, para no sentirnos fuera. Ya nadie quiere ser el hombre que sale de la cueva porque afuera no alcanza la señal del Wi-Fi. Así que contamos con diversas prótesis para descubrir nuestra naturaleza y representarla al resto de los demás habitantes de la panza. Cada vez más distanciados y mediatizados, somos los patrocinadores de la individualidad de las marcas y trabajamos arduamente para comprar lo que nos constituye, lo que nos aprueba.
Demasiado inmersos en el espectáculo, nada existe que no salga en “you tube” o puedas consultar en Wikipedia. Estas son las certezas modernas, los nuevos manifiestos. Mucho conocimiento al que poco sabe y por lo tanto, todo lo cree y entre tantas cosas que hay que saber, nada cuestiona.
Aunque el declive social es inminente, el desarrollo tecnológico y de entretenimiento equilibran la balanza. Es decir, perdimos coraje pero ganamos un Ipod de 4G a doce meses sin intereses. Sufrimos escasez de petróleo pero podemos ver los partidos de soccer en 3D. Muchos son los ejemplos de cómo cedemos el poder ante el entretenimiento, de cómo facilitamos la decadencia social a cambio de quince minutos de diversión y veinte de comerciales.
Nos despertamos, trabajamos o vamos a la escuela -lo que sea necesario para forjar un camino con bienes y posesiones- comemos, nos entretenemos, dormimos para nuevamente despertar. Consumimos y consumidos, día a día codiciamos lo que el espectáculo ofrece y más allá de eso, no hay nada. No existen ambiciones más allá de la oferta, deseamos lo que vemos mas no lo que imaginamos. Siendo así el producto de lo que vende el producto, un comercial extenso de nuestras propias vidas. Somos como el hamster que gira en la rueda, sin perseguir nada, sin alcanzar nada, una fuerza devoradora nos impulsa a seguir girando, un poco por ocio otro tanto por desesperanza.
Debord vaticinó las décadas consecuentes a “La sociedad del espectáculo”, desentrañó su propia época para escribir la secuela de las heridas históricas. La generación de Debord todavía cargaba entre brazos “El Capital” y se manifestaba en los mítines estudiantiles. Todavía creían en la lucha de clases y en la igualdad humana. Ideas que ahora suenan a libro viejo y huelen peor que un borracho empedernido.
Donde hayan quedado las ideas de Debord, quizás deambule uno que otro descontento por las calles. Quizás los veteranos de las utopías se sigan juntando por las noches y de vez en cuando pronuncian su nombre. Quizás la próxima generación se harte de vivir inerte y decida descubrir lo que hay afuera del espectáculo. Sino, seguiremos engordando a la panza.